Hospital

El taxi nos paró en el hospital y yo seguí a Desmond por el hospital, entrando a una sala cuando él me invitó a ello. Pues sí que daba miedo el hospital.
Desde que me convertí me era imposible ir allí, nuestro cuerpo era muy distinto, podríamos tener enfermedades sólo para animales, por ello lo mejor a veces era ir al veterinario con uno de nosotros haciéndose pasar por el dueño...

Hice que Alice entrase en el hospital. Estaab totalmente vacío... bueno, los pasillos, las habitaciones estaban ocupadas por pacientes. Hice a Alice pasar hasta el fondo, la habitación insonorizada donde se hacían las operaciones quirúrgicas. Era un lugar tétrico, pero serviría. Sonreí para tranquilizarla.
-Siento que tengas que ver todo esto... Mi despacho está a traves de esa puerta.-dije haciendo que entrase en la sala y le señalé lo que en verdad era el escobero.-Será mejor que no entres, es que tengo demasiado papeleo y bueno, sé que no vas a mirar epro todo lo que hay allí es confidencial y puedo perder mi trabajo si entro a alguien. Tú espérame allí.-dije señalando la sala contigua al pequeño habitáculo con un cristal en la pared para ver a través.

Asentí con la cabeza y entré a aquella sala tan tétrica. Abrí la puerta y estaba la sala oscura, sin embargo, no encontré el interruptor para encender la luz, así que entré para buscarlo a ciegas, tenía buena vista en la oscuridad, como casi todo animal cazador, pero en mi forma humana no podía hacer maravillas.

Cerré la puerta principal de la sala y, con el mayor sigilo que pude, me quedé parado en el habitáculo con el cristal, esperando a que entrase del todo. Cuando Alice entró totalmente, cerré rápidamente la puerta y la dejé separada de la puerta principal, de modo que solo podía salir yo. Encendí las luces ante la mirada inquieta de Alice.
-Lo siento, Alice, pero esto es lo correcto.-dije serio intentando convencerme a mí mismo.-Haz lo que yo te digo y nadie saldrá perjudicado, ¿vale?

Escuché un fuerte portazo y, cuando la luz se encendió, vi que aquello no era ningún tipo de despacho. La puerta estaba cerrada, estaba en una especie de sala de operaciones y, al otro lado del cristal se veía a Desmond, mirándome seriamente.
¿Pero qué hacía? Él no era el Desmond que conocía.
Esta vez si sentí miedo, aunque estuviera sóla en la sala, me daba miedo él. No nada que pudiera estar allí dentro.
Seria y con el ceño fruncido, intenté parecer segura de mí misma y me acerqué al cristal con los ojos llorosos, mirándolo decepcionada.
-¡Desmond! Sácame de aquí -le exigí, intentando parecer segura y enfadada, pero mis ojos me delataban.

Desvié la mirada de la suya y recogí los papeles que estaban en la mesa solo para ganar tiempo. Respiré profundamente y cerré los ojos. Por fin me sentí preparado para mirarla a los ojos.
-Es simple, si haces lo que yo te digo nadie saldrá herido y ningún ser de tu comunidad será descubierto. Necesito pruebas de ADN, ahí tienes una jeringuilla.-le señalé un estante con varios botes vacios para muestras y jeringuillas de un solo uso.-Debes sacarte una muestra de sangre, yo te indicaré donde está la vena. Sé lo mal que te suena esto, pero si lo haces de forma pacífica te dejaré marchar después de las pruebas y tú y los tuyos podréis escapar, entonces yo solo tnedré la prueba de que realmente existen humanos capaz de cambiar de forma. Si te resistes... bueno.-arqueé una ceja.-Te recuerdo que estás encerrada prácticamente, así que las pruebas de ADN las voy a tener igualmente, solo que todo el mundo sabrá quién eres realmente.-volví a respirar.-¿Estás preparada para colaborar?

Fruncí los labios, derramando un par de lágrimas por la mejilla. Notaba cómo me temblaba el labio. Era un dolor insoportable, no físico, exactamente, el ver que Desmond me hacía eso a mí y a todos los que eran como yo, fueran o no Wild Winds.
Puse mi mano sobre el cristal y lo arañé con mis fuertes uñas, tanto que dejaron una marca.
-Te odio -dije únicamente.

Oculté mis ojos entre mis flequillos y busqué una hoja de muestras.
-Lo sé.-dije inexpresivo y levanté la mirada.-¿Lo tomas o lo dejas?

Le di la espalda, apoyándome contra el cristal y sentándome en el suelo a llorar en silencio, ocultando mi rostro para que no pudiera verlo.

Suspiré y me masajeé las sienes.
-Alice... es muy fácil, coge una jeringuilla, colócala en la parte interior del codo y extrae dos centínemtros, nada más. No lo hagas más difícil.-inquirí.

-¡Cállate! -grité,
Di enfadada un puñetazo al cristal, lo cual no fue una buena una buena idea, porque me hice bastante daño, pero no me importó demasiado, me eché en forma fetal al suelo, esperando a que me tranquilizara, ignorando a Desmond hasta que pareció ponerse más serio de lo habitual, sin ni siquiera dirigirle la mirada, cogí lo necesario para sacarme aquella sangre y me volví a sentar en el suelo, mirando insegura la aguja, me daba bastante dentera hacérmelo a mí misma, era como a un cobarde que no se sentía capaz de autolessionarse para ganar algún tipo de beneficio a cambio, me costó, pero finalmente lo logré.

Asentí con la cabeza lentamente.
-Bien... mete la sangre en uno de esos frasquitos y después pásamela por la puerta.-dije mientras cogía mi móvil y hacía una llamada a mi padre, el director del hospital.-¿Papá? Siento despertarte.-susurré.-Verás... necesito que vengas al hospital, urgente.
Tras eso, colgué y esperé.

Cogí los frasquitos y se los pasé por la puerta, lanzándolos fuera como si así pudiera romperse. Me senté dándole la espalda, ocultando mi rostro entre mis cabellos.

Cogí el frasquito y lo miré a tras luz como si así pudiese ver los glóbulos rojos. Pasaron unos minutos en silencio hasta que escuché a gente acercándose al pasillo. Era la voz inconfundible de mi padre, pero no estaba solo.
-Creame, señor Levù, cuando mi hijo me llama a estas horas es porque tiene algo sorprendente que enseñarme.
-Bien, más le vale, Page. Espego que esto no haya sido una pégdida de tiempo.
Abrí mucho los ojos. ¿Levú? ¿Corie Levù? Era el director de la revista científica más importante de EEUU... ¡No podía estar allí! Sabía que mi padre tenía contactos, pero...
-No le cabrá duda, señor Levè, que mi hijo es uno de los mejores neurocirujanos y científicos de la ciudad.
Una especie de sudor frío me recorrió la espalda y tragué saliva. Entré en la sala y abrí el escobero.
-¡Entra, ahora!

Lo miré con odio, eso sí, no a los ojos, no me atrevía, y, como quien no quiere la cosa, me lo tomé lo más tranquilamente posible, aquella situación me superaba, nunca me había vendido de tal manera, pero la seguridad de todos que eran como yo estaba en juego. Por lo que me metí en aquel escobero cruzada de brazos, sin mirarlo.

Cerré la puerta del escobero a la vez que la puerta de la sala se abría, mostrándose una versión más adulta de mí con gafas y el pelo entrecano y un hombre bajito y con bigote, con mirada escéptica.
-Hola, hijo... ¿Querías verme?-preguntó mi padre ansioso, acercándose a mí. Miré de reojo el bote con la muestra.
-Yo...-lo escondí como pude en mi manga.-Lo siento por molestarte, papá... Es que otra vez pensé que...-lo miré suplicante, no tuvo que saber nada más. Suspiró, aunque parecía tener miedo del hombre que tenía a sus espaldas. Corie Levú pareció impaciente.
-¿Y bien?-preguntó molesto. Mi padre puso una mano en la espalda del hombre y lo "invitó" a salir.
-Verá, es que desde que era joven...-salieron por la sala y yo cerré la puerta de inmediato para que no se escuchase más. Pegué la oreja en la puerta y, al cabo de unos minutos, respiré aliviado.-Ya puedes salir.

No me moví del escobero, miraba seria al suelo, mordiéndome el labio inferior de brazos cruzados, lo ignoré, decidí que era lo mejor.

No escuché ninguna reacción por su parte y mi primera impresión es que quizá no me había escuchado. Quise abrir la puerta, pero no se abría, a lo mejor la estaba sujetando o se había quedado atrancada. Di un golpe con los nudillos.
-¿Alice? ¿Me escuchas? He dicho que ya puedes salir.-susurré.

Tenía la puerta puesta con pestillo, no necesitaba su ayuda ahora o, hiciera lo que quisiera hacerme. Apoyé mi frente en la puerta y suspiré, cerrando los ojos.
-Adelante, ve y cuéntale al mundo tu descubrimiento, todo ambicioso haría eso.

Negué con la cabeza aunque era consciente de que no me estaba viendo.
-No, Alice... no lo haré.-intenté abrir la puerta sin éxito.-Pero por favor, vete ya. Mi padre volverá de un momento a otro.

-No sé si creerte, Desmond, prefiero quedarme encerrada y morir aquí dentro asfixiada -dije, suspirando.

Suspiré y volví a escuchar voces en el pasillo. Tragué saliva, acongojado.
-En serio, Alice, siento este incidente, pero si no te vas ahora volverán y ya no podré hacer nada. Aunque te quedes aquí toda la noche, mañana alguien entrará y te verá en el escobero...

Suspiré, abrí la puerta y lo miré cara a cara, seria. Le di una bofetada bastante fuerte y noté cómo los ojos se me volvieron a humedecer.
-Tenía que haberte dado un puñetazo, dame una buena razón para no hacerlo la próxima vez.

La cabeza se me movió por sí sola cuando me dio el golpe, realmente fuerte eso es cierto. Me froté la mejilla dolorida morvinedo los dientes para encajarme la mandíbula y suspiré, notando cómo me habían herido el orgullo... me lo merecía, eso desde luego.
-Gracias, ahora te llevaré a la salida.-dije abriendo la puerta y comprobando que no había nadie por los pasillos. La conduje hasta el ascensor.-Baja a la planta baja y sal por la derecha, todo recto y después a la izquierda, verás enseguida la puerta. Si alguien te ve, diles que has ido a visitar a...-me puse a pensar en algún paciente.-Violet Sprouse, una prima tuya que ha sufrido un cáncer de mama.